domingo, 12 de mayo de 2013

La duna de Pyla.

La duna desde el interior.
 
La primera vez que ví la duna, me asaltó el deseo irrefrenable de escalarla. En verano, hay unas escaleras que lo falicitan, pero en invierno, no llegué a la cima. Enterrado hasta más arriba de los tobillos, ascender se convirtió en un suplicio.Los pulmones me ardían, y pese al frío, sólo conseguía que me dolieran, sin llevar oxígeno a mi cuerpo jadeante. Cuando conseguí llegar a lo que creía la cumbre, me dí cuenta de mi error.Aun quedaba, pero pude observar los bosques de las Landas de Gascuña, la bahía, el Cap Ferret, y su visión me animó a intentar seguir. Y subí, pero sólo hasta un segundo nivel desde el que aún no se veía la cima, sólo más subida.Las botas pesaban como si fueran de plomo y me detuve. Aquellas arenas que avanzan hacia el interior cuatro metros anuales, comiéndose todo, bosques de pinos, carreteras, casas,tambien a mí me devoraban.
Comencé a descender, esperando que en verano, ayudado por las escaleras, podré llegar arriba del todo.


La bahía desde la duna.